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Abadía en un bosque de robles


Caspar David Friedrich

Hoy nos apartaremos de las obras inspiradas en la cuarentena. La obra de hoy será "Abadía en un bosque de robles", pintada por Caspar David Friedrich en 1809.


 

El cuadro, de formato horizontal, como se estila habitualmente en los paisajes, muestra las ruinas de un edificio gótico a contraluz, rodeadas de árboles sin hojas. Un grupo de hombres con togas, monjes seguramente, atraviesa un cementerio. La paleta es notablemente reducida, prácticamente monocromática, y colabora en la creación de un clima sobrecogedor.

 

Éste es un trascendental ejemplar de pintura romántica alemana. El Neoclasicismo, que precedió en la historia de los estilos al Romanticismo, se había dedicado a loar un pasado de origen grecolatino glorioso, produciendo obras con fuertes contenidos morales. Su factura, como se dirigía a la representación de la perfección, no dejaba ver demasiado de la personalidad de sus imperfectos creadores. Sus sucesores románticos, en cambio, indagaron en el concepto de identidad: la personal, y la nacional. Desde el punto de vista de la identidad subjetiva, cada artista dio rienda suelta a su propia y singular capacidad de expresión, produciendo obras inconfundibles. Por otra parte, se desarrolló en el siglo XIX una búsqueda de raíces nacionales, que habilitó tantas gestas de independencia y también, el hallazgo de caracteres folclóricos singulares. 

Artistas como Friedrich examinaron los orígenes de su propio pasado nacional y así, comenzaron el rescate de un período tan maltratado como la Edad Media. Ésta había sido, hasta entonces, interpretada con ojos clásicos; ahí el error. Desde luego, edificios medievales, como las iglesias que muestra Friedrich en sus pinturas, no habían llegado intactos hasta entonces. En muchos casos, habían sido abandonados y se encontraban en estado ruinoso. Surgió así, durante el Romanticismo, el interés por el concepto de ruina: los restos de un pasado notable, grandioso incluso, complejo, del cual quedaban apenas vestigios. La invasión de esas ruinas por parte de la naturaleza (como ocurre ahora en menor escala con el regreso de algunas especies de animales a las ciudades o sitios habitados, dada la reclusión en cuarentena de la gente), promovió la reflexión acerca de la magnitud de la obra de la Humanidad en relación con la obra divina.

Frente a la grandiosidad propia del Neoclasicismo y su optimista carácter fundacional, el Romanticismo produjo obras que condujeron a pensar en la propia insignificancia. La vemos en la pequeñez de la escala elegida por el artista para mostrar a los monjes; diminutos, atraviesan el cementerio, con todo el peso simbólico que éste puede tener. La vemos en las ruinas del edificio gótico; de éste se sostiene un fragmento de una pared lateral. La vemos en los árboles, que lo superan en altura. La vemos en el clima melancólico, logrado a través de la paleta, y finalmente, en la luna, casi invisible, que como una divinidad, tantas culturas habría visto florecer y perecer. O acaso, transformarse.



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