La última obra
que vimos, "Abadía en un bosque de robles" de Caspar David Friedrich, había
sido creada en el contexto del Romanticismo alemán. Veamos un ejemplar del
Romanticismo francés: La balsa de la
Medusa.
El 2 de julio de
1816, la fragata francesa Medusa encalló, y dado que había botes para solamente
250 de sus 400 tripulantes, los restantes construyeron una gran balsa para los 147
restantes. Allí, de éstos, al cabo de 13 días de estrecha convivencia, sólo 15 sobrevivieron.
Imaginemos sus penurias: hambre, sed, desesperanza. Hubo suicidios, asesinatos,
e incluso canibalismo. Al cabo de esas casi dos semanas, por suerte (y no por
una acción planeada por la recientemente restaurada monarquía francesa) un
bergantín perteneciente al convoy liderado por la Medusa, rescató a las pocas
personas que quedaban con vida.
Théodore
Géricault representó este suceso en gran formato, como correspondía a estos
grandiosos episodios. La novedad es que se trataba de un evento de la
actualidad, con un formato grande que hasta entonces había correspondido solamente
al pasado glorioso.
En el cuadro, un
puñado de sobrevivientes es el vehículo para la verdadera búsqueda romántica:
las emociones en su estado más extremo. Vemos todo un abanico de ellas,
siguiendo una diagonal ascendente, positiva, desde abajo a la izquierda con la
desazón del padre que ha perdido a su hijo, hasta la euforia, arriba a la
derecha, de quienes han avistado en el horizonte, diminuto, un barco que podría significarles la
salvación. Recordemos que leemos las obras de izquierda a derecha. Nadie se ha
percatado de la ola que se acerca desde la izquierda y podría voltear la balsa.
Todo se organiza
en función de dos grandes diagonales, para expresar movimiento, y con él,
urgencia. La diagonal descendente, que va de arriba a la izquierda hacia abajo
a la derecha, comporta un carácter pesimista, y Géricault la usó, justamente,
para disponer el mástil, con su vela hinchada por un viento que parece alejar a
la balsa del barco a la distancia, y el cadáver, la figura más próxima a
nosotros.
Y aquí se desarrolla la vertiente romántica. No es un cuadro que nos enseñe las virtudes del sacrificio; eso sería un cuadro neoclásico. La obra romántica nos inquieta, nos descoloca, nos agita. Siempre que contemos, como en este caso, con la posibilidad de comparar una obra terminada con un boceto, no la desperdiciemos. El boceto muestra una composición muy parecida, a grandes trazos; sin embargo, señalemos las diferencias fundamentales.
El color es notablemente distinto; en el boceto, la saturación de los colores difiere mucho del clima tonal de la obra terminada. La esperanza, puesta en el barco de rescate, es mayor en el boceto; el barco está muchísimo más cerca, y es más probable que haya notado a la balsa a la deriva. La ola, por último, prácticamente no existe en el boceto. Podemos decir entonces, que el artista ha buscado cargar las tintas sobre la angustia, exacerbándola.