Retomemos la historia donde la dejamos: Nastagio ha presenciado la visión del terrible destino de un hombre y una mujer, en una situación muy parecida a la suya con la doncella a la que ama, la joven Traversaro. Después de algún tiempo de reflexión, Nastagio tiene una idea.
Hace invitar a la doncella y su familia a un banquete, para el siguiente viernes a la quinta hora, en el lugar donde se encontró con los fantasmas; donde ya sabe que volverá a desarrollarse el ciclo fatal. Allí se presentan todos, y cuando el banquete está terminando, llegan los espectros y la cacería vuelve a ocurrir. Nastagio narra la historia, y la doncella Traversaro razona que ésta se refiere más a ella y a Nastagio que a ningún otro de los presentes. Temiendo que la historia se repita, y “mudado su odio en amor”, manda a una camarera suya a decirle a Nastagio que está dispuesta a hacer todo lo que él quiera. Al siguiente domingo, los dos se casan, y “con ella largo tiempo él vivió alegremente”.
El tercer panel pintado por Botticelli muestra el banquete, interrumpido por los fantasmas, y la doble aparición de Nastagio: en el centro, aplacando a los invitados con la explicación de lo que ocurre, y a la derecha, atrás, hablando con la enviada de la doncella Traversaro, que lleva el mensaje de ésta.
El cuarto y último de los paneles expone el banquete de bodas del domingo. Es muy probable que el artista haya pensado la composición con tal tendencia a la simetría, con la finalidad de transmitir estabilidad, belleza y armonía. Un final feliz para Nastagio, como nos dice el texto. Según concluye la historia, nos cuentan que la Traversaro no es la única mujer asustada por la visión de la quinta hora del viernes, sino que “todas las mozas de Rávena de ello tomaron gran temor”, y por miedo, y no por amor, se mostraron más dóciles a complacer a los hombres.
Estamos ante un juego de cajas chinas o matrioskas rusas, donde la historia de una pareja se enmarca en la de otra, pintadas las dos por Botticelli para la cámara nupcial de una tercera.