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Las cuatro estaciones


Giuseppe Arcimboldo

Durante parte del siglo XVI se desarrolló en Europa uno de los períodos artísticos más notables: el Manierismo. Éste sostuvo y a la vez atacó el objetivo fundamental de toda obra artística del período que lo precedió, que fue el Renacimiento: la Belleza.

Es interesante considerar que de los nombres de los períodos artísticos, probablemente el del Manierismo sea uno de los que menos eco hace en nuestra mente, si lo comparamos con otros como Antigüedad, Edad Media, Renacimiento o Barroco. Esto se debe a que los artistas del Manierismo expusieron la crisis del siglo XVI, ocurrida como resultado de muchos descubrimientos realizados durante el Renacimiento, que habían desnudado las falacias sobre las cuales se sustentaba la visión del mundo hasta entonces. Esas obras artísticas, por supuesto, no expresaron Belleza, sino Crisis. La valoración de esas obras, sin embargo, fue desacertada; podríamos decir que quienes examinaron al Manierismo, lo hicieron con la regla del Renacimiento; no notaron la diferencia fundamental entre los dos períodos, y al Manierismo, considerado erróneamente como su decadencia, sólo le tocó la mala fama.

Los artistas de ese momento seguramente también nos “suenan” menos, aunque hay uno que muy probablemente, conocemos todos: Giuseppe Arcimboldo. De origen italiano, desarrolló sin embargo sus obras más famosas en la corte Habsburgo, asentada en Praga. Para ella pintó la serie que veremos hoy: "Las cuatro estaciones". Este trabajo fue tan alabado, que posteriormente recibió el encargo de la factura de otras versiones para el príncipe elector Augusto de Sajonia, y para el monarca español, Felipe II. Lamentablemente, de todas estas series no nos llegan todos los ejemplares; por eso dos de los que vemos tienen una guirnalda y dos no; pertenecen a diferentes versiones.


Ejemplares de diferentes versiones de su serie Las cuatro Estaciones.


Primavera (1563)
Óleo sobre madera, 66 x 50 cm
Museo de la Real Academia de San Fernando, Madrid, España

Verano (1563)
Óleo sobre madera, 67 x 51 cm
Museo de Historia del Arte de Viena

Otoño (1573)
Óleo sobre tela, 76 x 64 cm
Museo del Louvre, París

Invierno (1573)
Óleo sobre tela, 76 x 63,5 cm
Museo del Louvre, París

Cada una de las Estaciones es configurada con los frutos o flores que corresponden a cada una. La serie comienza con la Primavera, que está conformada por flores; pensar en describirla seguramente nos remite a la poesía, al nombrar sus mejillas de rosa o labios en flor. Del pecho del Verano surge un lozano corazón de alcaucil. Notaremos, con el Otoño, que el ánimo feliz que tenían las dos figuras previas, aquí se ha apagado; dominan los colores tierra. Y finalmente, el Invierno se muestra de franco mal humor; un agrio corazón de limón surge de su pecho. Viendo la serie entera, notaremos que -como es lógico en una serie acerca de las estaciones- el Tiempo transcurre, y donde veíamos lozanía en la Primavera, ya no la vemos en el Invierno, que tiene más edad. Por otra parte, si la serie estaba pensada como el transcurrir cíclico de las estaciones, ¿Por qué no miran todas en la misma dirección, dando cada una lugar a la siguiente? ¿Por qué miran en la dirección en que lo hacen?

¿Acaso Arcimboldo prefería, de forma personal, las estaciones cálidas? ¿Cabe pensar que como despreciaba el frío, adjudicó al otoño y al invierno los caracteres menos simpáticos? Para resolverlo, deberemos examinar otra serie de su producción: Los cuatro elementos.



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