Retomemos la obra de Giuseppe Arcimboldo, en este caso, a través de otra serie, Los cuatro elementos. De la misma forma que con Las cuatro estaciones, esta obra fue elaborada para la Casa de Habsburgo, y después reelaborada en nuevas versiones para otras casas monárquicas europeas. Y de la misma manera, no se conservan todos los ejemplares de las diferentes versiones.
Otra vez, estamos ante obras muy atractivas, aunque difícilmente podríamos considerarlas "bellas"; funcionarían, en su momento, a la manera de un prodigio, una curiosidad. Cada uno de los Elementos es, como en el caso de las Estaciones, una cabeza de perfil conformada por animales. En el caso del Aire, quizás la menos elaborada de estas figuras, está compuesta por diversas aves. El Fuego es, desde luego, el único Elemento no conformado por animales, sino por un gran pedazo de carbón, mecha, una cabellera de llamas y un cuerpo formado por armas de fuego, al frente de las cuales se observa la imagen de un carnero dorado, efigie de la orden de caballería del Toisón de oro, y un águila bicéfala, emblema de los Habsburgo. La Tierra está compuesta por animales terrestres, y el Agua, por acuáticos. No vemos aquí la referencia a las Edades del Hombre que se podía observar en la serie de las Estaciones, ni tampoco se diferencian los estados anímicos. Sin embargo, la semejanza, el parentesco, están allí en las dos series. Dos series de cuatro partes cada una; dos series igualmente atrayentes, ingeniosas, e igualmente no bellas.
Notábamos la diferencia en la dirección en que miraba cada figura en la serie anterior. Aquí ocurre lo mismo. Podríamos armar dos parejas de figuras que se miran entre sí. O cuatro pares de parejas, cuando conectamos esta serie con aquella.
Reconocemos la «crisis manierista» en Arcimboldo cuando advertimos que quedamos afuera de sus obras; que donde éstas parecen explícitas, estamos ante un notable hermetismo. Parece que sus pinturas hablan de las Estaciones y de los Elementos, pero en realidad, el ingenio y la pericia de este artista no se terminan en la descomposición y recomposición de los conceptos representados. De la combinación entre una y otra serie, surge otro tema, uno que preocupaba a la gente desde los tiempos más remotos. Los antiguos griegos habían comenzado a elaborar una respuesta, y ésta se había ido enriqueciendo desde entonces. Sin embargo, enfoquémonos antes que nada en las siguientes preguntas:
¿Por qué tenemos, cada uno de nosotros, temperamentos distintos?
¿Por qué somos sanos hasta que en algún momento, la salud comienza a flaquear? ¿Qué ocasiona ese cambio?
¿Por qué algunas personas comienzan el día con mucha energía y después, a cierta hora, se sienten agotados, y a su vez, otros parecen encenderse a horas más tardías?
En resumen: ¿Qué nos hace diferentes?
¿Cuál era, en ese momento, la respuesta a estas preguntas, y cómo se relaciona con la obra de Arcimboldo? Lo sabremos en el próximo encuentro.