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Una generación y una librería

En la década de 1830 irrumpe en la vida intelectual de Buenos Aires un grupo de jóvenes, nacidos en torno a 1810, que asume la discusión acerca de un proyecto de nación, el propósito de recuperar el ideario de la Revolución de Mayo revitalizándolo con las últimas corrientes del pensamiento, la ruptura respecto de la tradición colonial española y la autonomía de la lengua. 

Si los hombres de la Revolución se inspiraron en la Ilustración, los de la llamada Generación del 37, lo hicieron en un liberalismo nutrido por el espíritu romántico. Se trata de un “romanticismo social” con aspiraciones patrióticas, democráticas y progresistas. 

Fue la literatura en sus distintos géneros el instrumento apropiado para la difusión doctrinaria, y el nacionalismo lingüístico en Argentina, el más precoz entre los demás países de Hispanoamérica.

De Europa –Inglaterra, Alemania, Italia y en especial de Francia– provino la formación intelectual de estos jóvenes, y el impulsor de la pasión romántica para cambiar la historia del país fue el joven Esteban Echeverría que, a su regreso de París, trajo consigo las lecturas de Stäell, Schlegel, Chateaubriand, Lamartine, Hugo, Scott, Byron, etc., quienes en la práctica del Romanticismo no solo liberaron a la literatura del rígido racionalismo neoclásico sino que llegaron a la existencia del hombre común y sus condiciones de vida. 

Desde la perspectiva social del movimiento, en el viejo mundo occidental, unos escritores más que otros se comprometieron con las luchas de los sectores populares que, junto a la revaloración de la historia, lo nacional y las tradiciones, abonaron la causa de la libertad y del progreso indefinido de la humanidad. 

En estas tierras, esa juventud inquieta encabezada por Echeverría y sus amigos Juan Bautista Alberdi y Juan María Gutiérrez intentó organizarse una y otra vez como en la efímera “Asociación de estudios históricos y sociales”, hasta que el también joven Marcos Sastre ofreciera la Librería Argentina para el Salón literario.

En 1833 Marcos Sastre abrió su librería en la calle Reconquista 54, donde no sólo vendía libros, actividad que le permitía un contacto asiduo con los estudiantes sino, además, elementos propios de las artes plásticas. No olvidar que también era pintor.

Entre tantas, creció la sospecha acerca de que los estudiantes le vendieran los libros a muy bajo precio, por lo cual decidió inventar una "cedulilla", especie de ex libris, que garantizara su origen. Con el tiempo, esta identificación terminó sumando prestigio a cada pieza.

En 1835 Sastre mudó la librería a Reconquista 72 y la llamó Librería Argentina, en la que organizó un gabinete de lectura con horario fijo de 7 a 14, y luego de 17 a 22.

Una nueva mudanza y ya en la calle Victoria 59, hoy Hipólito Yrigoyen, mediante una suscripción mensual los socios podían llevar libros en préstamo. Así, Sastre fundó la primera biblioteca circulante.

Sus principales suscriptores fueron los intelectuales de la disuelta Asociación de Estudios Históricos y Sociales, que funcionaba en la casa de Miguel Cané y los que se reunían en la de los hermanos Rodríguez Peña, llamada Sociedad de Estímulo y Estudio.





Fuentes: 

Weinberg, Félix-“La época de Rosas y el Romanticismo”. Capítulo. La historia de la literatura argentina. Nº 11. Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1967

Ghirardi, Olsen A. –“De la escuela del Salón Literario (1837) a la Constitución Nacional (1853)”- Homenaje al sesquicentenario de la Constitución nacional. Academia  Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de Córdoba, Córdoba, 2003

Arrieta, Rafael Allberto- “Esteban Echeverría y el Romanticismo en el Plata”. Historia de la literatura argentina. Tomo II. Ediciones Peuser. Buenos Aires, 1958


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