Las referencias a La divina comedia de Dante Alighieri se hacen frecuente en los escritores argentinos del siglo XIX, como Esteban Echeverría, los hermanos Mansilla o la obsesión por su traducción que abrazó, entre otros, Bartolomé Mitre. Por otra parte, Leopoldo Lugones en El payador no duda en llamar a Dante “Nuestro padre” y “el épico más grande que haya producido la civilización cristiana”, igualando a su gran libro con el Martín Fierro como obras que centralizan en la lengua la condensación de un Estado de formación reciente. En el siglo XX, Borges realiza citaciones explícitas de sus versos recreando la estructura, los nombres topográficos, las bestias y, sobre todo, los personajes más renombrados desde el propio Dante hasta Beatrice, Paolo, Francesca y el conde Ugolino. También en Nueve ensayos dantescos y en los personajes del cuento El Aleph, o el nombre de la colección policial que fundó y dirigió con Bioy Casares, El Séptimo Círculo, mantiene una alusión explícita a La divina comedia. Varios cuentos de Horacio Quiroga siguen el mismo recorrido, como El infierno artificial, Más allá y El síncope blanco, con claras referencias a la escatología dantesca. También en algunos cuentos de Roberto Arlt y más claramente en Julio Cortázar, cuando aparece el catábasis (el descenso) en Las puertas del cielo, penúltimo cuento de Bestiario. La lista de referencias al Dante podría ser interminable e incluye también un largo ensayo de Victoria Ocampo De Francesca a Beatrice y novelas emblemáticas inspiradas en la gran obra italiana como Adán Buenosayres, claramente dantesca igual que su autor, Leopoldo Marechal. Asimismo la novela de Abelardo Castillo El que tiene sed, especialmente el capítulo El cruce del Aqueronte, al igual que Lo que me costó el amor de Laura, de Alejandro Dolina, cuyo protagonista Manuel inicia una peregrinación íntima y también barrial impulsado por los tormentos de amor que le produce Laura, una Beatrice porteña.
A 700 años de la muerte del poeta florentino, Recomendación de libros de la BCN recorre la impronta del autor de La divina comedia puntualizando en algunas obras de la literatura argentina: Adan Buenosayres de Marechal, los cuentos El Aleph de Borges y Las puertas del cielo de Cortázar, Lo que me costó el amor de Laura de Dolina y, como bonus, Las traducciones argentinas de La divina comedia. De Mitre a Borges, cuya autora, Claudia Fernández Speier, realiza un largo estudio por sus traducciones en Argentina.
1. Adán Buenosayres, de Leopoldo Marechal. Editorial Sudamericana. 1948
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Adán Buenosayres alude a la tradición literaria en torno a un conjunto de obras como la Odisea de Homero, Las ranas de Aristófanes, la Eneida de Virgilio y la obra de Dante Alighieri. La novela de Marechal utiliza como eje el "viaje al Infierno" para desarrollar a través de una poética el rol social e individual del arte. Organizado en siete libros, narra en los primeros cinco la aventura de Adán Buenosayres durante los días jueves 28, viernes 29 y sábado 30 de abril en un indeterminado año de la década del 20. A medida que avanza la novela se tornan más evidentes las referencias a La divina comedia, como en el libro sexto, "El cuaderno de tapas azules", una autobiografía del protagonista de la historia, y el séptimo, "Viaje", que es un descenso simbólico a los infiernos. En el prólogo de la obra, con el anuncio de la muerte de Adán Buenosayres, se enlaza el "viaje al Infierno", el libro séptimo, escrito con procedimientos de la épica: el viaje, el compañero de aventuras y el ingreso a universos desconocidos develando una amplia simbología, una estructura física con constantes referencias puntuales a la ciudad –como la tríada de barrios Villa Crespo-Saavedra-Centro– que concilia distintas imágenes de ciudad con resonancias en ocasiones metafísicas. La imagen de lo circular ligada al territorio, enlazada con el devenir del viaje, es clave para indagar en su repertorio de imágenes, una mirada mítica sobre el alma de la ciudad que vela por la memoria popular, los rituales y los valores espirituales donde prima lo afectivo por sobre lo racional.
Marechal plantea distintos itinerarios, alrededor de la figura de Adán Buenosayres, cuyo prólogo apócrifo se inicia con el recorrido de seis hombres en el Cementerio del Oeste portando su ataúd, anunciando el inicio de estos escritos en un viaje a París para relatar lo que será el viaje de Adán. Sus recorridos recrean la imagen del camino: las caminatas cotidianas a la escuela donde da clases; el trayecto a las tertulias literarias en casa de los Amundsen, en Saavedra; el recorrido por el páramo del mismo barrio con sus compañeros de viaje en busca de lo telúrico; sus salidas y vueltas nocturnas; el descenso a Cacodelphia –el infierno–; los viajes de su abuelo Sebastián; el viaje de los inmigrantes desde sus ciudades de origen y el propio viaje de la ciudad.
Estructuras espaciales similares soportan a barrios infernales con sus imaginarios, que conforman Cacodelphia, la ciudad del inframundo: el “fanguibarrio”, el “plutobarrio”, el Estudio Cinematográfico y otros en una secuencia de nueve, unidos por un eje vertical (una vía helicoidal en descenso), tal cual el Infierno de La divina comedia. A ella descienden el astrólogo Schultze y Adán, como si fuera Dante con Virgilio, a través de un ritual que descubre una de las puertas con distintos dispositivos de la ciudad: laberintos, la sala de banquetes, la cocina, el vomitorio, la fábrica, el rascacielos, el palacete. Pero son las calles las que protagonizan el espacio físico de Marechal, como trama vital y estructurante de la ciudad estableciendo una lectura urbana. A través del esquema topológico, el plano del barrio como territorio poseído, la proyección del nido familiar, su prolongación inmediata en el plano de la casa 14 que revela la primera función del habitar, otorgándole el valor de intimidad y del encuentro familiar con la de los objetos, donde el universo de la existencia se encuentra concentrado.
Marechal comienza a escribir Adán Buenosayres en 1930. Son tiempos en que Buenos Aires se moderniza y comienza a adquirir una nueva fisonomía. El escritor registra en la novela el impacto. Sus adjetivaciones reflejan su postura frente a la “visión progresista” de la tradición liberal, la que satiriza para abordar y sobrevolar sus antinomias. Marechal nos revela, a través de su mirada poética, el carácter mágico de la ciudad y del barrio, que concibe un espacio vivido, existencial, construyendo un lugar de identidad y un plano cosmológico, entre el cielo y el infierno.
2. El Aleph, de Jorge Luis Borges. Editorial Debolsillo, 2018
Es en el viaje en tranvía a la biblioteca “Luis Cané” del barrio de Boedo, su trabajo, donde Jorge Luis Borges leía La Divina Comedia de Dante Alighieri. De esas lecturas de juventud toma el personaje de Beatrice para más tarde cruzarlo con la figura de Estela Canto y crear a Beatriz Viterbo, su amor en el cuento El Aleph.
El cuento se publicó por primera vez en la revista Sur en 1945. Dedicado a Estela Canto, escritora y uno de sus amores frustrados, quien al dictado de Borges lo pasó a máquina para entregarlo a la revista.
El narrador, Borges, visita la casa de la calle Garay en el barrio de Constitución cada 30 de abril, día del nacimiento de su amada Beatriz, muerta de cáncer en 1929. Recibido por su primo Carlos Argentino Daneri, quien le hace en cada visita confidencias, hasta conducirlo al Aleph, el punto donde todos los puntos confluyen y en el que Borges se enfrenta con la visión del infinito. Descubre lo que había sido Beatriz en cada carta obscena que le mandaba a Carlos Argentino: “Beatriz perdido para siempre, soy yo, soy Borges”.
Beatrice y Beatriz amaron de manera caritativa y con sus muertes hicieron que los protagonistas anden sin rumbo: Beatrice conduce a Dante al infierno para mostrarle el mundo de los muertos y Daneri llevará a Borges al sótano. “Baja; muy en breve podrás entablar un diálogo con todas las imágenes de Beatriz”. Hasta el descenso y la revelación, ambos son escépticos, para luego entrar en una redención. Mirando a Beatriz, Dante descubre lo que Borges encuentra en El Aleph,
De las lecturas de la obra de Dante le quedaría para su escritura la belleza y el existencialismo, donde la incapacidad del hombre para comprender temas metafísicos se plasman en su obra. La visión y el sueño de La divina comedia marcarían para siempre la obra de Borges, los sueños con algo de vigilia y la vigila como un sueño.
Leer al autor florentino desde distintas experiencias de lecturas, con la “fe de un niño” de manera ingenua y con la investigación de un erudito. Ir y venir en las lecturas. Es El Aleph la obra que más concentra múltiples interpretaciones al leerlo.
3. “Las puertas del cielo” en Bestiario, de Julio Cortázar (1951)
¿Cómo elegir y recomendar un cuento de Cortázar?
Maestro entre los cuentistas, Cortázar también dialogó con Dante en 1951, al publicar Bestiario, su primer libro de cuentos. “Las puertas del cielo” puede pasar desapercibido entre tantos otros cuentos inolvidables: “Casa tomada”, “Carta a una señorita en París”, “Circe”, etc.
A su vez, en el último volumen de cuentos publicado por el autor, Deshoras, volverá a aparecer el Dr. Hardoy, protagonista de “Las puertas del cielo”.
Hardoy, cual Virgilio, pasea a Mauro, un viudo reciente, por el Santa Fe Palace, un reducto tanguero “(...) En mis fichas tengo una buena descripción del Santa Fe Palace, que no se llama Santa Fe ni está en esa calle, aunque sí a un costado. Lástima que nada de eso pueda ser realmente descrito, ni la fachada modesta con sus carteles promisores y la turbia taquilla (...) justamente el caos, la confusión resolviéndose en un falso orden: el infierno y sus círculos”.
Ambos personajes del cuento habían querido a la muerta y peregrinan hacia un lugar que la hubiese convocado, ya que ella había adorado el tango y el ambiente nocturno. Por un momento les parece verla o la ven, el lector será quien decida (una habitual en la literatura de Cortázar) la figura final con la que quedarse.
4. Lo que me costó el amor de Laura. Opereta criolla, de Alejandro Dolina.
Editorial Planeta. 2009
Opereta escrita y compuesta por el autor Alejandro Dolina. Editada como libro y CD, donde se puede escuchar la historia musicalizada por la Orquesta Sinfónica Nacional, con la participación de artistas como Mercedes Sosa, Juan Carlos Baglietto, Sandro, Les Luthiers, Julia Senko, Joan Manuel Serrat, entre otros. Nada más acertado para contar una tragedia del destino que el formato musical de la opereta. La música intensifica y le da la profundidad requerida, haciéndonos entrar en los avatares tormentosos, tanto del protagonista como los propios, esos que se convierten en lugares inexplicables donde hemos sido impulsados por la búsqueda del amor, sin entender mucho el por qué y el para qué. Lugar prometedor que tiene como punto cúlmine de un recorrido el encuentro de una valiosa llave.
Esta es la historia de Manuel, un hombre desesperadamente enamorado que llega por la madrugada al Bar Pampa, el café más sucio y tenebroso de la ciudad, buscando alguien que escuche su historia, de cómo conoció a Laura en el Casino. Ella había ganado y él había perdido, poco, por ser pobre. Laura le anuncia que conocerla será su perdición, entonces él se enamora inmediatamente y se declara. Entre malos entendidos, insistencias y arrumacos más bien forzados, Laura y Manuel jamás llegan a besarse. Laura tiene un viaje pendiente con un señor que merodea el lugar y la espera. Manuel se da cuenta de esto y entra en pánico. Con una maniobra teatral, Laura aparta a Manuel y le anuncia que su amor no se consigue así nomás, tendrá que demostrar su determinación encontrando la “llave del amor”, la que abre cualquier corazón. No está claro si dicha llave es un objeto de fabricación celestial o infernal, guardada en algún lugar del Barrio del Dolor, un distrito siniestro.
Manuel emprende decididamente el viaje, en peregrinación por la avenida principal del barrio, la Calle de la Desesperación, un corredor de neblina espesa. Allí, para empezar, se encontrará con el guardián Caronte, custodio de la puerta de entrada; la dama vestida de negro que lo tomará de la mano y lo guiará por todo el recorrido. Luego lo esperan en cada una de sus esquinas vecinos funestos, monstruosos; distintos engaños del tiempo y una atmósfera simbólica y particular. El enamorado deberá atravesar esta geografía pérfida y pagar con años de su vida cada una de las preguntas que lo conducirán a la llave. Adentrándose cada vez más, topará con la murga del tiempo, peligrosa para quien se enrede en ella teniendo que bailar por el resto de la eternidad; cruzar por la nube de la duda; llegar hasta el oráculo donde se encuentra la pitonisa; encontrarse con el coro de los desorientados; con los hombres sabios; la morocha acompañada por la tropilla del pasado; la esquina donde el tiempo transcurre veloz; el seductor, quien le dará consejos que él nunca pidió. Manteniendo a lo largo de su peripecia la ilusión del encuentro con el amor, suponiendo el sufrimiento como una apuesta en la hazaña de conseguir la recompensa al final del camino y, ahí mismo, encontrándose transformado e inevitablemente más viejo, sorprendido a que se lo lleve la muerte. Todo ha transcurrido como un hechizo del tiempo, aparentando ser el pasaje de unas pocas horas de la noche hacia el amanecer, el viaje le habrá llevado toda su vida en un abrir y cerrar de ojos.
¿Habrá valido la vida menos que el amor?
Fin, baja el telón.
5. Las traducciones argentinas de La divina comedia. De Mitre a Borges,
de Claudia Fernández Speier. Editorial Eudeba. 2019
Este libro toma la obra cumbre de Dante Alighieri, piedra basal de la literatura occidental, para repasar las distintas traducciones argentinas que se han realizado sobre el célebre texto dantesco. Se trata de un estudio que no solo se detiene en la comparación y en el análisis textual de las diferentes traducciones, sino también, y de manera principal, en el marco cultural y el papel ideológico que cumplió cada versión completa al momento de ser publicada. Así, el recorrido de las traducciones argentinas comienza con la de Bartolomé Mitre, que con su mezcla de popularidad y lengua arcaica respeta los endecasílabos del texto original, que, a decir de Fernández Speier, “convierte a la Comedia en un texto evidentemente aceptable para una élite que identifica la belleza con la armonía clásica, cuyo resultado es un Dante más renacentista que cristiano medieval”.
Con la traducción de Mitre, la Argentina se apropia por primera vez, con una notable libertad interpretativa, del centro del canon europeo. Y es con Mitre que nace la figura del traductor intérprete que acompañará, en mayor o menor medida, a Dante en nuestro país.
Más cercana en el tiempo, Fernández Speier recorre la versión de Ángel Battistessa, publicada en los años 70 por el Fondo Nacional de las Artes, que está asociada al espíritu de la revista Sur y que se destaca, según la autora, por la notable literalidad, que ayudada por la libertad de la falta de rima “permite una mayor adherencia semántica”.
La autora no deja de revisar algunas traducciones consideradas algo excéntricas, como la de Francisco Soto y Calvo, y Antonio Milano.
Y la última, del siglo XXI, la de Jorge Aulicino, que representa un cambio, ya que se presenta como la primera traducción hecha por un poeta que busca acercar la dicción “a la lengua bastarda y convulsionada de la época de Dante”.
Por supuesto, el libro no deja de abordar la relación de Borges con la obra de Dante Alighieri, donde explora el persistente interés de Borges por La divina comedia, hasta su rechazo a traducirlo en su momento, cuando se lo había encargado la Universidad de Puerto Rico. Y aún, cuando Borges desiste de la traducción, elige el ensayo, ya que coloca a La divina comedia, al menos desde su canon personal, como un texto "intraducible", aunque en sus ensayos conviven brevísimas traducciones, con citas y paráfrasis, donde expresa su particular interpretación de los poemas de Dante.
En Las traducciones argentinas de La divina comedia. De Mitre a Borges se indaga en el modo en que las diversas traducciones del texto fundamental de Dante han reflejado las tendencias ideológicas de sus períodos de producción y han contribuido al imaginario argentino sobre el autor, desde fines del siglo XIX hasta la actualidad.