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Mujeres fuera de lugar


En el reparto histórico de los espacios, ha sido naturalizado que el lugar de las mujeres es el ámbito privado, doméstico, circunscrito al interior de la casa, en roles y trabajos generalmente desprestigiados, considerados menores y por fuera de la lógica económica de producción. En esta edición: Mujeres fuera de lugar, ponemos el foco en mujeres reconocidas por realizar tareas poco aceptadas, vanguardistas e innovadoras.

Las recomendaciones comienzan con una obra que relata la experiencia de Olga Cossettini como directora de escuela. Si bien esta tarea es afín al trabajo considerado “femenino”, ella elaboró una propuesta educativa estructural que tocó la médula de la manera en que se transmite el conocimiento. Luego, Niní Marshall, artista consagrada que cuenta en sus memorias los inconvenientes que atravesó en su carrera, sobre todo por romper los límites del lenguaje con gracia e inteligencia, no solo como intérprete sino como escritora de sus propios guiones y personajes. Seguimos con una obra que rescata los prejuicios padecidos por la gran escultora del siglo XIX, Lola Mora, artista fundamental que fue juzgada por su vida personal supuesta más que por su arte. El siguiente libro es La mujer en democracia de Alicia Moreau de Justo, fundadora, junto a su esposo Juan B. Justo, del Partido Socialista, y pieza fundamental en los derechos de la mujer muchos años antes de que existiera el voto femenino, del que fue activa militante. Por último, como bonus, una prolífica y escandalosa escritora contemporánea, cuya consagración obtuvo a los 85 años con la novela Las primas. Su mirada corrobora que los inconvenientes para el ingreso de las mujeres en ciertos ámbitos siguen teniendo obstáculos. 

En la 8va edición de Recomendaciones de libros, trazamos un recorrido por mujeres argentinas que desafiaron espacios asignados generalmente a hombres, convirtiéndose en personalidades de vanguardia en actividades artísticas y públicas, y que resultan, en la actualidad, piedra basal en la creación de una perspectiva distinta para una sociedad más plural e igualitaria.


1. La escuela viva. Olga Cossettini, Editorial Losada, 1942

Link al catálogo BCN: https://consulta.bcn.gob.ar/bcn/catalogo.verRegistro?co=126462&fs=32


Experiencia de trabajo pensada y desarrollada por Olga Cossettini, directora en la escuela "Dr. Gabriel Carrasco", con la colaboración de su hermana Leticia Cossettini y maestros, en el barrio de Alberdi de la ciudad de Rosario, a orillas del río Paraná. La experiencia relatada transcurre entre los años 1935 y 1950. Una novedad para la época, en la que encontramos en la idea de la formación del individuo una realización que se sitúa más allá del programa obligatorio fijado por plazos y normas rígidas: en la conexión directa con el medio social; en la estimulación del espíritu de la solidaridad, en la creación de condiciones de experimentación e indagación de la naturaleza y el arte. Planteo que se dirigía hacia el encuentro de las niñas y los niños con su máxima autoexpresión creadora.
Las excursiones eran pensadas como el corazón del programa educativo. Para poder desarrollarlo, se necesitaba de maestras que abandonen las aulas, la escuela, el horario, el programa y salieran con sus alumnos a la calle a recorrer “vecindad”, detenerse a mirar el cielo, los árboles, a observar la influencia de la lluvia o de la sequía que se prolongaba. Observar a la gente que anda y detenerse a conversar con los vecinos: una señora que hace los mandados, la que vende frutas y verduras, un vendedor ambulante, un albañil. Para luego volver al aula a dejar surgir, de forma natural, las reacciones de los niños y niñas frente a todo lo que habían visto, oído, lo que sabían, pensaban y creían, desarrollando un criterio propio, imaginativo y espontáneo.
Esta influencia directa del entorno sobre los alumnos y su aprendizaje se contrapone a la inercia y a la rutina que encontramos entre los muros de la escuela tradicional, que en general tienden a limitar (cuando no a entorpecer) la realización de esta experiencia en el mundo social en que el niño actúa. El maestro de la escuela viva abre camino, literalmente, hacia la formación del espíritu investigador científico por medio de la exploración de la realidad. Mientras alumnas y alumnos se están desarrollando mediante “actividades vivas” que la escuela pueda estimular, la atención del maestro fluctúa constantemente entre la utilización de las actividades creadoras del niño y los resultados esperados por la sociedad adulta. La escuela debe estar alerta para mantener la máxima espontaneidad en la autoexpresión que sea posible conservar. 
A partir las excursiones se coordina el trabajo en el laboratorio, donde se analizarán las plantas, flores, insectos recolectados. En las clases de aritmética se contabilizarán las cuadras del barrio, o los metros de la fuente de la plaza, o cuánta agua contiene. Los trabajos de dibujo y plástica, la composición de poemas, expresarán también esas imágenes recolectadas.
En el relato de la experiencia, escuchamos las voces de maestros y alumnos, anécdotas estructuradas mediante diversas secciones que reflejan el modo de organización del trabajo, basado en la solidaridad y en el entrenamiento de los niños para el cumplimiento de sus deberes cívicos y su desarrollo como futuros ciudadanos. 
Desde la escuela, han conformado el "Centro Estudiantil Cooperativo" que elegía a sus representantes (alumnos de 4to, 5to y 6to grado) por medio de elecciones. No solo era solvente para afrontar los gastos de la escuela, sino que también participaba de múltiples proyectos: hacía causa común con la biblioteca para su organización y sostenimiento; en los diversos talleres (encuadernación, carpintería, etc.); en el consultorio odontológico y médico que prestaba servicio a toda la población escolar. Cumplía, también, con una importante obra de asistencia social para sostener junto al gobierno provincial un comedor escolar, y articulaba mediante vínculos de amistad con otras instituciones y profesionales, que colaboraban y eran parte de intercambios con los diferentes talleres de la escuela.
El arte estaba en el vivir cotidiano. Los conciertos de compositores célebres que se hacían en la escuela eran abordados desde el análisis musical, su orquestación y a partir de la biografía de los autores. También, la escuela tenía su propio coro de pájaros autóctonos: cada alumno interpretaba el sonido particular de cada uno de ellos (gorriones, palomas monteras, canarios, cachilos, cardenales, zorzales, calandrias, horneros). El teatro infantil y de títeres, comprendido por los distintos talleres donde se elaboraba la escenografía, el vestuario y los mismos títeres, cumplieron una obra cultural importante en las misiones de la escuela, ya que se trasladaba a distintos barrios, plazas y escuelas de la ciudad. Sus coros, romances, comedias, danzas, llegaron hasta el corazón del pueblo, que acudió en masa a escucharlos y verlos. También sirvió para que otras escuelas creasen los propios. 
La escuela era visitada por distintos artistas que intercambiaban sus enseñanzas y experiencias, permitiendo un trabajo más próximo y particular. Algunos de ellos fueron, Javier Villafañe, Gabriela Mistral, Margarita Xirgu, Juan Ramón Jiménez, entre otros.
En tiempos en que los “refugios” que nos rodean signan la forma de nuestro cuidado solidario, la creatividad es de suma importancia para conectar nuestros mundos con una nueva forma de realidad. De este modo, "La escuela viva" nos trae en el recuerdo la posibilidad de proyectarnos hacia un futuro. Aquellos senderos evocados aguardan las huellas que puedan abrir nuevos caminos. Solo se aprende lo que se vive. 


2. Mis memorias. Niní Marshall y Salvador D’Anna, Editorial Moreno


Una mujer, humorista y escritora única. Al nivel de Charles Chaplin, sin lugar a dudas. Encontraba el punto justo para poner de manifiesto, a través del lenguaje, esos tics de las diferentes capas sociales, que a veces eran cursis, a veces dulces, a veces como denuncia (por ejemplo en el personaje de Mingo, el hermano de Catita o Cosme, que ostentaba un trato desagradable hacia las mujeres). 
Marina “Niní Marshall” Traverso era porteña, fue criada por su madre y educada en un Colegio Nacional público. Al recibirse, a modo de broma, ella y sus compañeras sostuvieron un cartel con la que creían sería su profesión futura: domesticóloga. Con precisión, logró describir con humor las “domesticidades” cotidianidades de las mujeres de su tiempo, atravesadas por la llegada de inmigrantes a Buenos Aires y por la formación de la clase media urbana. 
En un principio, escribió en el periódico La Novela Semanal una página de recomendaciones de electrodomésticos para el hogar, muchas veces en tono de broma, con la intención de que la mujer logre mayor independencia. Luego, logró tener su columna “Alfilerazos”, en donde a modo de “chimento” hacía observaciones sobre tal o cual cancionista y sumaba una preciosa ilustración suya.
De la columna, pasó a la radio, pero no fue tan fácil, desde el comienzo, escribir sus propios libretos. Cuando finalmente logra libertad para escribir, todo lo que hace en su vida cotidiana como Niní comienza a pensarlo en cómo lo harían sus personajes. Todas las mañanas, mientras desayunaba en la cama, no faltaban sus cuadernos y lápices para escribir los libretos. En su casa o en la Plaza Vicente López, frente a la cual vivía, siempre estaba con papeles y lápices. 
En 1942, comienza a pensar en una idea para que se pueda hablar un español más “depurado” en los medios de comunicación, con la función de “que la gente hable mejor”, “con menos lunfardo”. Los personajes de Niní que eran puro “habla” serán prohibidos. 
Decidirá irse a Europa primero, a México después, en un exilio que fue una larga gira, siempre trabajando, pero lejos de su hija a la que adoraba y había quedado en Argentina. 
Al volver, el Instituto de Filología de la Universidad de La Plata le pedirá una grabación de cuatro de sus personajes: Catita, Belarmina, Mónica y la Niña Jovita. Esa grabación quedará en el Archivo Sincrónico del Habla de esa universidad como “formas de hablar auténticamente argentinas que nos permiten el estudio de particularidades sintácticas, lexicográficas y fonéticas de nuestro país”. Niní considerará esto como uno de los grandes premios de su vida. 
Las memorias contienen veintisiete capítulos y están organizadas en dos partes, separadas por el exilio de Niní y el regreso a vivir y trabajar en Argentina. 
Como apéndice de las memorias, se pueden leer monólogos o sketches (con Juan Carlos Thorry) de sus mejores personajes: Cándida (la entrañable inmigrante gallega), Catita, La Niña Jovita, Doña Pola, Doña Caterina (la abuela italiana de Catita), Mónica Vedoya Hueyo de Picos Pardos (una chica “bien”), etc., y en el final, la lista entera de películas en las que participó, algunas de ella son: Mujeres que trabajan (Manuel Romero, 1938), Hay que educar a Niní (Luis César Amadori, 1940), Una mujer sin cabeza (Luis César Amadori, 1947), Qué linda es mi familia (Palito Ortega, 1980). 


3. Lola Mora. El poder del mármol. Obra pública en Buenos Aires, 1900-1907. Patricia Corsani, Editorial Vestales, 2009



Lola Mora, potente como el mármol en donde forjó sus esculturas, debió llevar su carrera de acuerdo al vaivén de sus relaciones políticas con Julio A. Roca y Carlos Pellegrini. Según consigna el libro de Corsini, sobre arte realizado por mujeres, la primera escultora con obra reconocida, en un ambiente netamente masculino, fue la francesa Germaine Richier, quien pudo acceder gracias a su condición social a diferentes instancias de educación artística en Europa. Sin embargo, en 1902, año de nacimiento de la francesa, Lola Mora ya era escultora, e incluso había comenzado a crear, en Roma, Las Nereidas, el conjunto escultórico más importante y conocido —y en ese momento más polémico— de la Argentina.
El nombre completo de la escultora tucumana era Dolores Mora De La Vega. Las becas que le otorgó el Gobierno Nacional a fines del siglo XIX, le permitieron estudiar en los mejores talleres europeos. Luego, los premios obtenidos y los conflictivos encargos para espacios públicos hicieron de ella una figura “mediática” muy presente en las crónicas de la época. La prensa hacía alusión a su vida artística, como el caso del diario La Nación que informó sobre su estadía de formación en Roma durante 3 años, configurando un perfil de artista consagrada en el extranjero, ensalzando su pasión y, en ocasiones, aludía a que una mujer pueda ser escultora, independizada y que lograse abrir su propio taller. Indudablemente, Lola Mora no pasaba inadvertida, y este circuito de visibilidad en los medios gráficos le permitiría renovar la beca otorgada por el gobierno en 1899. Entre 1900 y 1904, años de la presidencia de Roca, fue el período en el que recibió más encargos, por lo que se puede señalar que obtuvo más apoyo del círculo político —como de Carlos Pellegrini o Bartolomé Mitre— que en los ámbitos artísticos, donde fue recurrentemente resistida, principalmente por Eduardo Schiaffino, director del Museo de Bellas Artes y hombre influyente en el campo institucional, que arguyó en cartas y textos en general sobre la inferioridad de las mujeres en todos los terrenos públicos, acentuando la debilidad física en lo intelectual y artístico. De la misma manera, en La evolución del gusto estético en Buenos Aires, libro canónico del arte para la época, omite completamente el nombre de la escultora. 
A pesar de ser una artista reconocida en el exterior y de la evidente expresividad y dramatismo que le imprimió a su obra, aún se alientan las dudas sobre si La Fuente de las Nereidas es realmente fruto del cincel en sus manos. Cierto malestar social y una carrada de juicios adversos, cuestionaban su moralidad y su inserción en el mundo cultural. El otorgamiento de la beca se atribuye a su relación personal con Julio A. Roca, quien le encargó obras para emplazar en el Congreso Nacional alusivas a temas como El Comercio, La Paz y El Progreso, omitiendo sistemáticamente sus aptitudes artísticas. La relación con Roca es mencionada en detrimento de su talento como la única explicación por la que una mujer pudiera ejercer la actividad artística y mucho más una escultora, disciplina asociada aún al mundo masculino, entre otras cosas, por tener que trepar andamios, necesitar fuerza y manejar grandes volúmenes de mármol, un material difícil de conseguir y de alto costo. Poniendo el foco en su vida personal, su reputación fue alimentada por vestir con mamelucos —considerada ropa de hombre— y por estar casada con un hombre 20 años menor que ella.
Su obra principal, La Fuente de las Nereidas, hoy emplazada en Costanera Sur, fue inaugurada, en primera instancia, detrás de la Plaza de Mayo en medio de un escándalo por tratarse de una escultura extremadamente sensual que contiene desnudos. Como muchas artistas y escritoras, Lola Mora utilizó seudónimos, como “Túpac Amaru” para la presentación de obras en concursos y para el monumento al Zar Alejandro I en San Petersburgo o “L.M. di Vinci” cuando expuso el busto en el Palacio de Bellas Artes de Roma.
Lola Mora vivió aislada, jamás se integró al mundo artístico y murió en la pobreza. No formó parte de ningún grupo artístico. No fue asidua concurrente a exposiciones ni a salones nacionales, no fue jurado en concursos, no tuvo discípulos y nadie se reconoce como su maestro. Roles que muchas veces son parte del pertenecer al ámbito del arte. Aún hoy, su valor artístico muchas veces es puesto en duda o es silenciado. Lola Mora. El poder del mármol, en ese sentido, resulta tanto una biografía de la artista como un recorrido por la desvalorización, omisión y las dificultades para insertarse en el ámbito artístico que sufrió, siendo cuestionada por sus cualidades técnicas, cuando el conflicto era que una mujer ejerciera una tarea que se creía potestad de hombres. 


4. La mujer en la democracia. Alicia Moreau de Justo, El Ateneo, 1945



Alicia Moreau nació en Londres en 1885. Fue médica, educadora, intelectual, defensora de los Derechos Humanos y, fundamentalmente, de los derechos de la mujer. Su padre, de origen francés, intervino en la Comuna de París, y luego de un exilio que lo llevó por distintos países de Europa, emigró hacia la Argentina en 1890. 
Armand Moreau, fiel a sus ideas, abrió una librería en Buenos Aires, y comenzó a frecuentar los círculos socialistas y del movimiento obrero argentino. 
Su hija, Alicia, lo acompañaba en esas reuniones, y sin dudas este fue el primer acercamiento a publicaciones anarquistas y socialistas.
En su juventud, Alicia se centra en la causa feminista. En 1906 participó del Congreso Nacional del Libre Pensamiento, donde conoció a Juan Bautista Justo, y al año siguiente intervino en el Congreso Feminista del Comité Pro Sufragio Femenino. 
En 1907 ingresó a la Facultad de Medicina, se graduó en 1914 con diploma de honor, transformándose en la segunda médica del país.
Mientras estudiaba medicina colaboraba como periodista en la Revista Socialista Internacional, a la vez que fundaba la Unión Feminista Nacional, y más tarde creó el Comité Femenino de Higiene Social para luchar contra la prostitución. 
El principio rector de su pensamiento y su lucha por los derechos de la mujer, se condensan en su obra La mujer en la democracia, que sintetiza las vicisitudes que atravesaron las mujeres de su época en su lucha para lograr el principal derecho político que les daría igualdad: el derecho a votar. 
En este libro, Alicia Moreau aborda los lineamientos básicos de una lucha que buscaba la paridad entre hombres y mujeres, no solo en el ámbito político, sino también en claustros universitarios y líneas de pensamiento. 
Es de remarcar, que en el contexto histórico en que se plantea esta serie de reivindicaciones para el género femenino, la patria potestad de una mujer soltera la ejercía su padre, y la de una casada, su marido. 
Alicia Moreau, en 1918, ya recibida, funda con Julia García Games, la Unión Feminista Nacional, que reivindicaba no solo los derechos civiles de la mujer, sino que protegía a las madres solteras, defendía sus condiciones de trabajo, y bregaba por el sufragio femenino. Pocos años después, se afilió a la única agrupación política que aceptaba mujeres en sus filas, el Partido Socialista. 
En 1922 se une con una de las figuras más relevantes de ese partido, Juan B. Justo, con quien tiene tres hijos, y queda viuda seis años más tarde. Contrario a lo que se estilaba en esa época (toda mujer debía enclaustrarse al menos por un año luego de haber enviudado), Alicia Moreau, después de cinco meses, participó de una conferencia organizada por el Centro Verdad y Trabajo. 
La mujer en la democracia es parte de la lucha por la aceptación del voto femenino, que finalmente se logró en 1947, y que a pesar de haber sido conseguido por el peronismo, del cual era crítica, Alicia Moreau festejó con una frase que quedó plasmada en su historia "qué bueno, aunque venga del gobierno peronista".


Bonus track: Las primas. Aurora Venturini, Editorial Mondadori, 2007



Aurora Venturini tenía 85 años cuando ganó el Premio Nueva Novela organizado por Página/12 con Las primas, en el año 2007. Entre la tragedia, el absurdo y el humor negro, esta novela autobiográfica narra, sin piedad ni tapujos, la historia de una familia sórdida en la voz de Yuna, una joven con problemas cognitivos que busca destacarse y ascender socialmente mediante la pintura. Todo aquello que no debería ser nombrado por pudor, arde en la voz de Yuna y pareciera ser de lo único de lo que quiere hablarnos. No éramos comunes por no decir que no éramos normales, dice Yuna. Su hermana Betina, en silla de ruedas, muda, tiene una discapacidad física y mental profunda y debe ser atendida, a veces, en un instituto especial, y permanentemente en su casa. Yuna no ahorra en crudas descripciones sobre la monstruosidad que le devuelve la imagen de su hermana, como un espejo deformado que refleja a toda su familia. Yo no soy muy familiera, nunca fui, pero siempre acabo escribiendo sobre mi familia, o sobre familias, dice Venturini. Continúa: Mis seres son todos monstruosos. Mi familia era muy monstruosa. Es lo que conozco. Y yo no soy muy común. Soy una entidad rara que solo quiere escribir. No soy sociable. La única vez que me reúno con alguien es el 24 de diciembre.
Una historia de iniciación en un estilo único, impúdico, que brilla por su crudeza e ilumina en su oscuridad, con una sintaxis radical en la que evita, en ocasiones por párrafos enteros, los signos de puntuación: Si pongo el signo se me va la idea. Estoy loca.
Ambientada en los años 40, la novela despliega el mundo tortuoso de esa familia disfuncional de clase media baja de la ciudad de La Plata. Una casa sin hombres; una familia de mujeres. La brutal exposición de las miserias de los personajes, la inusitada falta de piedad para describir a las protagonistas de la familia y su relato, nos atrapan desde el primer momento, como si su exposición se tratara algo extraño, prohibido. Mujeres monstruosas, con vidas monstruosas; mujeres extremas, minusválidas, enfermas. Un elenco de personajes deformes y atractivos que nos introducen en la ficción como si buscaran negarla, para presentarnos sin filtros ni aditivos la realidad, a partir de fluidos, babas, sombras, en los que encontrar destellos de la belleza, de un poder: el de lo monstruoso.
Las primas consagró a Aurora Venturini como una de las narradoras más interesantes de la literatura argentina contemporánea.





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